Namé miró la patera llena de sueños rotos y espíritus moribundos. “Help!” -gritó desesperado-. Pero nadie le oyó y se perdieron en la noche.
martes, 18 de noviembre de 2008
Larga búsqueda
El misterio de sus ojos, negros, profundos y brillantes, como la noche en el desierto, le cautivaban. Bajo la suave tela del vestido se intuía la vibración de su piel al respirar. Si tan sólo pudiera tenerla, hacerla suya. Pero, apenas tocó su pelo, ella se desvaneció en la bruma, como si nunca hubiera existido. Persiguió su recuerdo por toda la tierra. Sus pies cansados dejaron su huella en el polvo de los caminos. El viento arrugó su sonrisa y su pelo tomó el color del salitre marino. Poco a poco, con los años, olvidó su rostro y emprendió el camino a casa, viejo y cansado. Al llegar a su hogar, alguien salió de entre sus ruinas y él no supo quién era hasta que le devolvió la mirada. –Te he buscado una eternidad- Le dijo. Ella le sonrió –Si me querías, sólo tenías que pronunciar mi nombre.
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El límite del silencio
La llama de la vela oscilaba plácidamente sobre la mesa. Su suave resplandor iluminaba tenuemente la sangre de Joe mientras agonizaba en el suelo de la estancia. Aún era cálida y palpitante, aunque no por mucho tiempo. La fragancia de su mujer aún se percibía, sensual, en el aire. No quería pensar en el dolor. Se lo merecía. La había amado más que nadie, pero eso sólo no bastaba. El tacto de su piel sabía cómo embotarle los sentidos, aunque no le impedía probar el placer de otros brazos. Disfrutaba viendo cómo ella, humillada, iba descubriendo, uno a uno, todos sus amoríos. Sonreía al ver cómo intentaba disimular un rictus de íntimo dolor sin decir una palabra. ¿Dónde estaba el límite? Ahora ya era demasiado tarde. No debió seducir a Marlene. Al fin y al cabo, ¿cómo iba él a saber que ambas eran amantes?
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