La llama de la vela oscilaba plácidamente sobre la mesa. Su suave resplandor iluminaba tenuemente la sangre de Joe mientras agonizaba en el suelo de la estancia. Aún era cálida y palpitante, aunque no por mucho tiempo. La fragancia de su mujer aún se percibía, sensual, en el aire. No quería pensar en el dolor. Se lo merecía. La había amado más que nadie, pero eso sólo no bastaba. El tacto de su piel sabía cómo embotarle los sentidos, aunque no le impedía probar el placer de otros brazos. Disfrutaba viendo cómo ella, humillada, iba descubriendo, uno a uno, todos sus amoríos. Sonreía al ver cómo intentaba disimular un rictus de íntimo dolor sin decir una palabra. ¿Dónde estaba el límite? Ahora ya era demasiado tarde. No debió seducir a Marlene. Al fin y al cabo, ¿cómo iba él a saber que ambas eran amantes?
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